
“Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”.
Juan 4:14

Seguramente, una oferta fuera de lo común la que Jesús le hizo a la mujer samaritana en el pozo de Siquém. Podemos entender que la mujer casi reventaba de curiosidad, y sin vacilar le pidió: “Señor, dame esa agua” (v. 15). ¿Le dio el agua? Seguramente, porque Él también le había dicho: “Pedid, y se os dará” (Mateo 7:7). Pero si ella hubiese sabido cómo Él lo haría, quizás no la hubiera pedido. Porque la mandó a buscar a su marido. Con eso sacó a la luz la situación pecaminosa de la mujer, y le acertó en el medio de su corazón. Debido al enfoque directo de Jesús, ella fue conmovida por su pecado, y corrió a la ciudad para decir a todo el mundo: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?” (Juan 4:29). Toda la ciudad salió corriendo hacia el pozo para escuchar personalmente a Jesús. La mujer se convirtió en evangelista cuando se volvió totalmente sincera. La verdad es la fuente del agua que brota en la vida eterna. La verdad libera. La Palabra de Dios es esta agua viva, al contrario del agua insípida y mortal de la verdad a medias y la mentira. Por eso es tan importante que seamos sinceros en todas las áreas de nuestra vida. Porque solo quien está en la verdad escucha Su voz. ¡Cuántas voces erradas hay hoy en día en el mundo cristiano! El decisivo “salir a la luz” de la samaritana tuvo como consecuencia que Jesús aceptó quedarse dos días con los gentiles samaritanos para también comunicarles a ellos el evangelio. Por eso, permítanos amar la verdad por sobre todo.
Por Fredi Winkler