“Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él, en amor”.
Efesios 1:4-5
Dios quiere que todas las personas sean salvas. En su grandeza, en su increíble sabiduría, está en Dios la predestinación, porque Él ya sabe de antemano cómo nos vamos a decidir, si para Él o contra Él. La predestinación de Dios y las consecuencias no se pueden entender con nuestra capacidad limitada. Pero en Romanos 8:29 podemos suponer una vinculación: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…”. Dios nos ve desde el principio del tiempo, desde la eternidad. Él nos conoce, sí, hasta con nombre (Éxodo 33:12). En 2 Timoteo 2:19 está escrito: “Conoce el Señor a los que son suyos”. Jesús mismo dice en Juan 10:14: “Yo (…) conozco mis ovejas”. Lo mismo dice el Salmo 1:6: “Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá”. A partir de este contexto, también queda claro lo trágico del hecho de que nuestros nombres no estén en el Libro de la Vida del Cordero: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:15). Está en el linaje del hombre el decidir qué hacer con Jesús, por propia voluntad. La decisión contra Él lleva a un terrible y terminante abismo. La decisión para Él nos incluye en la milagrosa predestinación de Dios. Caminemos paso a paso con Jesús, porque su predestinación nos guía a su gloria: estar hechos a imagen del Hijo, llamados a ser justos y preciosos (Romanos 8:29-30). Razón suficiente para hacer más para Él.
Por Peter Malgo