“Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”.
1 Juan 5:4-5
El Hijo de Dios vino a ser hijo de hombre, y se entregó a sí mismo como sacrificio redentor en la cruz del Gólgota. Allí venció a Satanás, al pecado y al mundo. Cuando resucitó triunfalmente, Jesús tuvo el legítimo deseo de que los fieles le siguieran, no quejándose y arrastrándose por el camino, sino marchando firmes hacia delante, con la fuerza de la FE. La vida cristiana se manifiesta por la dinámica de la victoria por la fe. Porque nuestra fe “es la victoria que ha vencido al mundo”. Si un soldado tiene serias dudas acerca del blanco que está persiguiendo, en el peor de los casos incluso sobre su propia patria, está claro que terminará siendo un lamentable combatiente. Lo mismo vale para el cristiano. Tiene que estar completamente convencido del hecho de que en Jesús todas las promesas divinas son cien por ciento ciertas. El testimonio del Señor es de increíble fuerza: el Espíritu, el agua y la sangre están en completa armonía. “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12). No podemos vencer a los poderosos enemigos (el diablo, el mundo y las tentaciones) por nosotros mismos. ¡Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la Gracia! (Hebreos 4:16). Podemos utilizar todas sus útiles herramientas. Deberíamos ser “visitas constantes” en el santuario de Dios para que podamos caminar en su poder triunfal, sola y únicamente para la gloria de Dios. ¡El Señor viene pronto!
Por Jean Mairesse