“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.
2 Corintios 4:6
El Creador todopoderoso obra en forma individual en el corazón de cada uno de sus hijos. Qué alentador es esto, más aún al encontrarnos en la era del telescopio espacial Hubble. Existen millares de galaxias, soles algunos millones de veces más grandes que el nuestro, distancias incomprensibles, poderosas e inconcebibles energías. ¡Qué grande ha de ser entonces Dios mismo! ¡Cómo es posible que en ciertas situaciones lleguemos a dudar de que Dios realmente nos pueda ayudar! En los Salmos dice que Él llama a las estrellas por su nombre. ¡Solo Dios puede hacerlo! Dios quiere que en nuestros corazones reine cada vez más la luz, no las tinieblas; no deben reinar pecados ocultos. ¿Recuerda cuando los astronautas volvieron de la luna? Desde aquel cuerpo celeste sin vida habían mirado con anhelo hacia una Tierra (azul) llena de agua, aire, plantas, animales y sobre todo seres humanos. Antes que permitiéramos que Dios interviniera en nuestra vida, nuestro interior también se asemejaba a la luna: “Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”(Isaías 57:15). Dios sigue existiendo hoy en día y quiere vivificarnos. ¿Confiamos en Él? ¿También en situaciones que parecen no tener solución? Él puede renovar nuestras fuerzas. Pero Él también anhela que aun en muchos otros corazones pueda resplandecer la luz. En 2 Corintios 4:6 leemos: “Porque Dios (…) es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.
Por Reinhold Federolf