“…a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado…”.
Isaías 61:2-3
Para los hijos de Dios habrá un día de consuelo. Si bien esta palabra se refiere en primer lugar a Israel, Jesús, el Mesías (a quien se alude aquí), no solo es el consolador de esta nación, sino también de su Iglesia. En la gloria a la cual tendremos entrada, no habrá duelo, no habrá sufrimiento ni dolor. Cada lágrima en nuestro rostro será secada. Con Jesús en la gloria eterna, no habrá más oscuridad, ni lamentaciones, sino cantos de júbilo. Lo que ya nos fue regalado en Cristo, y más aún, aquello que recibiremos en toda plenitud cuando estemos en la eternidad, supera ampliamente nuestra imaginación. Si bien se dice: “La imaginación no tiene límites”, aquí sí tropezamos con los mismos. Podemos intercambiar muchas ideas acerca de cómo será la eternidad con el Señor; pero nunca podremos imaginarlo como realmente sucederá. Estaremos allí boquiabiertos, pero no para decir algo, sino por causa de nuestro asombro. Buscaremos las palabras adecuadas y llegaremos a la conclusión de que las palabras correctas no existen. Ninguna de ellas, independientemente del idioma, podrá siquiera describir de forma aproximada lo que veremos y viviremos. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9). Si en la eternidad aún tenemos motivos para llorar, entonces solamente será un llanto de alegría.
Por Thomas Lieth