
“Hizo asimismo el candelero de oro puro, labrado a martillo; su pie, su caña, sus copas, sus manzanas y sus flores (de almendro) eran de lo mismo (…) Hizo asimismo sus siete lamparillas, sus despabiladeras y sus platillos, de oro puro”.
Éxodo 37:17, 23

En el candelero de siete brazos vemos una asombrosa ilustración de la obra de Jesús aquí en la tierra. Él, el Santo, dejó la gloria que tenía junto al Padre por amor a nosotros. El candelero no fue hecho a través de la fundición, sino que fue labrado a martillo. Esto nos recuerda los martillazos que clavaron a Cristo en la cruz. Fueron nuestros pecados los que impulsaron este martillo. Los cálices del candelero tenían forma de manzana. Por medio de Su sacrificio, Jesús dio fruto, al cual pertenecemos nosotros. Así como los seis brazos que salían del candelero, nosotros también fuimos añadidos al cuerpo de Cristo. Somos uno con Él. El almendro es el primer árbol que rebrota y florece después del invierno. Esto nos recuerda a Jesús, quien murió, pero que a la vez fue el primero en resucitar de entre los muertos. Él resucitó, lo cual nos da la seguridad de nuestra propia resurrección. El oro representa la gloria que el Señor dejó, pero nosotros tenemos el privilegio de ir a su encuentro. El candelero cumplía una función muy importante: debía alumbrar. Jesús mismo es la luz del mundo, que alumbra nuestras vidas y, al igual que un faro, nos muestra el camino seguro hacia la eternidad. El amor del Señor es inmenso, su sacrificio es perfecto, el camino es claro y la esperanza que en Él tenemos es maravillosa. A Él sea la alabanza, el agradecimiento y toda adoración. A Él queremos servir de todo corazón hasta que venga.
Por Stephan Beitze