“Jesús, lleno del Espíritu Santo (…) fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días”.
Lucas 4:1-2a
A veces parece que vagamos en medio de un desierto, en una senda de sequía espiritual, donde tenemos la impresión de estar siendo arrastrados de un lado al otro, pues no vemos el fruto. Pensamos que nos encontramos en una etapa de nuestras vidas que no tiene sentido, y tenemos la impresión de que no avanzamos. ¿Por qué tenemos que atravesar por el sufrimiento para el cual no existe explicación? ¿Por qué entran la tristeza, la desesperación y el miedo en nuestras vidas? Quisiéramos ser mucho más eficientes en nuestro trabajo, con metas y caminos claros, con frutos reconocibles y un éxito visible. Pero en lugar de eso, parecería que no podemos movernos del sitio en el que estamos. Nos preguntamos: ¿“Para qué debo estar lleno del Espíritu Santo si me encuentro enfermo, postrado en la cama o aislado en cualquier otra situación? Supuestamente, deberíamos estar llenos del Espíritu para estar sirviendo en la obra del Señor, pero no para estar en el desierto”. En el reino de Dios, los aparentes tiempos de esterilidad hacia los cuales nos guía Su Espíritu, en realidad no son infructuosos. ¿Somos obedientes –como lo fue Jesús– cuando nos encontramos en una zona “desértica”? Si es así, esta situación servirá como un testimonio para las personas que nos rodean. Es importante que en todo nos dejemos guiar por el Espíritu de Dios, incluso cuando sea por caminos que no entendemos, y que sin rebelión seamos obedientes y confiemos en Él. Lo importante no es tanto en qué situación nos encontramos, sino cómo nos comportamos en la misma, si respondemos bien ante ella y permanecemos llenos del Espíritu.
Por Norbert Lieth