
“Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja”.
Isaías 11:6-7

El gemido de la creación terminará algún día. Si se tratara solamente de un lenguaje simbólico, Dios no tendría que agregar que el león se alimentará como un herbívoro. ¿O acaso olvidamos cómo fue al principio? Nada de “devorar y ser devorados” (Génesis 1:25, 30). Estos, para nosotros y más aún para los científicos de hoy en día, son cambios impensables. Pero todo esto está garantizado en el plan de salvación de Dios, en Jesús, el príncipe de paz. En Él están unidos el Cordero de Dios y el León de Judá. No son los hombres los que, a través de esfuerzos globales colectivos, traen la era mesiánica. ¿Cómo podríamos, por ejemplo, retirar la maldición de Dios sobre la tierra? Eso solo lo puede hacer Jesús. Recién después de la batalla de Armagedón, cuando Él vuelva, las naciones cambiarán sus espadas por rejas de arado y no harán más la guerra. En la oficina central de las Naciones Unidas en Nueva York, están escritos estos versículos en letras grandes, pero difícilmente haya alguien allí que crea que esto pueda cumplirse solamente a través de Jesús, y esto desde Sion, su Monte Santo, desde Israel. Jesús, y solo Él, puede transformar nuestro corazón con su Shalom Aleichem (la paz de Dios esté con ustedes). Pues en el corazón pecador y rebelde de los hombres se esconde la raíz de todos los males. Por esto somos dependientes del don de Dios en este mundo nervioso, agitado y sin paz. “Mi paz os doy” (Juan 14:27).
Por Reinhold Federolf