
“Pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.
1 Samuel 16:7

La simpatía y la antipatía son dos términos opuestos que influyen sobre nuestro obrar. Si bien al encontrarnos con una persona esta nos puede parecer simpática, la próxima puede no ganarse nuestro afecto. Algunas veces esto llega tan lejos que nuestra antipatía se convierte en la base para valorar a nuestro prójimo. Pensamos que podemos juzgarlo a través de sus acciones, de lo que transmite o con base en su personalidad. Pero no somos capaces de mirar su corazón. Esto le está reservado solo a Dios. Por eso es que el Señor nos exhorta: ¡No juzguen! Conocemos muy bien la Escritura que habla de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Pero nos inclinamos rápidamente a pensar que esto no se aplica a nosotros; solemos creer que en nosotros está todo en orden. Pero la Biblia va más lejos. En 1 Corintios 4:5 dice: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. Cuando Jesús vuelva, Él mismo, con Su autoridad, traerá todo a la luz. Él revelará aquello que está en el rincón más oculto del corazón. Y esto nos es suficiente, así como dice Pablo a los corintios. Sería un atrevimiento pensar que deberíamos ayudar en este aspecto. Podemos equivocarnos mucho juzgando a nuestro prójimo. Dios tiene otra mirada: “No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos” (Isaías 11:3). Este es un principio divino. Dios mira el corazón –mi corazón, su corazón. Todo le es revelado. Sus ojos lo penetran todo. David reconoció eso: “Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones” (1 Crónicas 29:17).
Por Peter Malgo