“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre”.
Juan 14:12
Aquí el Señor no nos da ninguna profecía como para hacer cosas y milagros espectaculares, por más que algunos se denominen evangelistas-sanadores. Las consignas de los tales son: “El reino de Dios aquí y ahora; los milagros de Hechos continúan; Cristo no ha cambiado, etc.”. Esto suena muy bien, pero de todas formas se trata de una confusión, pues así como el Hijo no hizo nada independientemente del Padre, sino que fue el Padre a través de Él, deberíamos recordar nuevamente que el Señor Jesús nos dice: “Porque separados de mí, nada podéis hacer” (Juan 15:5). A esto se refiere claramente la parábola de la vid y los pámpanos. Tampoco debemos olvidar que el Espíritu Santo en ese momento todavía no había venido para morar en los creyentes. Recién desde Pentecostés cada cristiano vive verdaderamente el nuevo nacimiento. Además, el Señor no habla de obras cualitativas, sino en términos cuantitativos más grandes. Mientras Él mismo solo actuaba entre las ovejas perdidas de la casa de Israel, sus discípulos llevaron su palabra al Imperio Romano y llamaron a muchas personas de diferentes pueblos y tribus del Mediterráneo a formar parte de la iglesia de Jesús. Finalmente, Jesús actúa en el cielo como cabeza, a la diestra de Dios, a través de sus miembros en la tierra. Qué privilegio es pertenecer a este Señor y servirle. Así es que hoy podemos orar de corazón: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Por Dieter Steiger