
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado”.
Salmos 1:1

Con estas palabras comienza el libro de los Salmos, libro que a muchas personas en tiempo de necesidad y prueba les proveyó consuelo y esperanza. Pero este salmo advierte, en primer lugar, del mal camino, el que lleva a situaciones de emergencia y miseria. Esto lo vemos en David, quien cayó en profundo pecado, lo cual trajo una cadena de aflicción y miseria, causó la deshonra familiar, la muerte y la guerra entre hermanos. No obstante, lo que agradó a Dios de David fue que admitió su pecado y se arrepintió. Pero el pecado reclamaba su amargo tributo. Los rituales de purificación en el Antiguo Testamento ya no tienen un significado directo para nosotros, pero tienen un significado espiritual. El profeta Hageo expone ante los ojos del Israel pecador cómo, mediante el contacto con lo impuro, lo puro se vuelve impuro y que este proceso no se da a la inversa. Esto significa que lo impuro siempre tiene el mayor poder (Hageo 2:11-13). El único método de sanidad es el apartarse de lo impuro, del pecado. Por eso Pablo dice en 2 Corintios 6:17: “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”. Diariamente, nos rodean virus y bacterias que nos pueden traer enfermedades. Pero no nos viene a la mente exponernos a ellos voluntariamente, sino que tratamos de mantenernos alejados de ellos. Lo que mejor nos puede proteger de estos agentes patógenos que están en todos lados es mantener una vida sana, con una buena y sana alimentación. Esto fortifica nuestro cuerpo y nuestras defensas. En el plano espiritual es similar: el apartarnos del pecado, sumado a una vida espiritual sana con la Palabra de Dios, nos capacita para ganar en la batalla contra el mal.
Por Fredi Winkler