
“Toda la escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
2 Timoteo 3:16-17

Imaginemos un carnicero que haya trabajado en su carnicería por veinte años ya. Imaginemos que un cliente llega y le pide un kilo de carne. El carnicero, entonces, toma la carne, la corta, la envuelve y se la entrega. Pero ¡alto!, falta algo: “¿Puede pesarla por favor?”, le pide el cliente. Es interesante notar que ni el profesional más calificado puede cortar exactamente un kilo. Y ¿qué sería del albañil sin su nivel? ¿O de un carpintero sin su metro? Por eso, en el ámbito espiritual, necesitamos la Palabra de Dios. Ella es la autoridad sobre nuestra vida, nuestro manual, al cual debemos subordinarnos y obedecer. Una y otra vez se confirma la credibilidad absoluta de la Biblia. La forma cómo surgió, cómo fue escrita y transmitida –y más aún, el cumplimiento de todas las profecías y anuncios, que son únicos en la historia. Y precisamente esto, lo que se refiere al tiempo contemporáneo, hace que la Biblia sea más actual que el diario de mañana. Si usted cree que esto es exagerado, entonces verifíquelo. La Biblia es la brújula de Dios que nos lleva a Jesús, que es el único que puede decir de sí mismo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Una cosa es segura con respecto a algunas personas religiosas que afirman que todas las religiones son iguales: ¡no conocen la Biblia y menos aún a Jesús! Dejemos entonces obrar su Palabra y que viva en nosotros en abundancia, para que podamos crecer, estar firmemente parados y que los vientos cada vez más fuertes que tenemos en contra no nos derriben.
Por Reinhold Federolf