
“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”.
Mateo 2:1-2

Los magos eran personas que estaban en la búsqueda de la verdad. En su propia patria conocían a muchos dioses. Pero de alguna forma les habían fallado y ahora seguían la señal del tiempo que en ese entonces se había hecho visible: la estrella de Belén. Era poco lo que sabían sobre ella, pero la siguieron hasta encontrar más explicaciones. Habiendo llegado a Jerusalén, se asombraron de ser los únicos que con corazón ardiente habían tomado nota de la señal de Dios en el cielo. Incluso se encontraron con los “viejos creyentes” de su tiempo, con los teólogos “muertos” que lo sabían todo, pero, sin embargo, no creían. Cuando los magos supieron que el Mesías debía nacer en Belén, creyeron a las palabras proféticas y compararon las señales del cielo con las señales de la Escritura: “Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño…” (Mateo 2:10-11). También hoy día, Jesús se deja encontrar por todos aquellos que lo buscan. Cuando los magos encontraron al niño junto a sus padres, se mostró su gran entendimiento en cuanto a Su persona, pues habían traído oro, incienso y mirra, que atestiguaban la magnificencia del Rey que había llegado, de Su sacerdocio y Su sufrimiento. En este entendimiento se entregaron al niño, lo adoraron, y se ofrecieron ante Él. La transformación que había ocurrido en sus vidas se notó ya en el camino de regreso. Regresaron a su lugar tomando un camino diferente.
Por Eberhard Hanisch