
“Padre nuestro que estás en los cielos (…) hágase tu voluntad…”.
Lucas 11:2

Una vez un campesino se enojó con Dios, pues creía que podía arreglar el estado del tiempo mejor que Él mismo: “¿Qué tanto puede entender Dios acerca de la agricultura?”. Dios escuchó esto y lo visitó. Le dijo a este hombre: “Durante un año, te cederé el derecho de disponer sobre el tiempo”. El campesino estaba contento e inmediatamente pidió sol. Luego quería tener lluvia, y la lluvia vino. Así fue durante todo el año, y el grano creció enormemente. El campesino pensaba: “Nunca había tenido espigas tan lindas. Dios puede tomar ejemplo de mí”. Llegó el tiempo de la cosecha. Pero qué desilusión: todas las espigas estaban vacías. Entonces vino Dios y preguntó cómo le estaba yendo. “Mal”, contestó el campesino. “Pero obtuviste todo cuanto pedías”, dijo Dios. “Sí, bien, tuve sol y lluvia, como debe ser” dijo el hombre, “pero no puedo entender por qué el grano no salió bien”. “Olvidaste el viento”, le contestó Dios. “El viento debe llevar el polen de una espiga a la otra, de otra forma no puede dar fruto”. El campesino dijo avergonzado: “Creo que será mejor que tú vuelvas a ocuparte del tiempo”. ¿Acaso esta ilustración no nos coloca un espejo delante? Qué bueno es que el Señor vele por nosotros y no nos conceda siempre todas nuestras peticiones. Él mismo dice: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). Pero solo Dios sabe si aquello por lo que pedimos es bueno para nosotros. Él sabe, en todo caso, por qué contesta de cierta forma y no de otra, pues solo Él puede juzgar qué es lo mejor para nosotros.
Por Markus Steiger