
“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”.
Mateo 6:26

En cada uno de mis viajes misioneros a Chile visité una parejita de ancianos. Pedro y Margarita son gente muy sencilla, pero con un gran amor a Dios. Circunstancias muy difíciles pusieron su fe a dura prueba. Margarita lentamente perdió la vista de un ojo. Después de algún tiempo también el otro se debilitó. Muchos oraron por su recuperación, pero finalmente quedó completamente ciega. Una hermana de la iglesia vino de visita para consolarla, pero no sabía cómo hacerlo. Cuando Margarita reconoció la voz de su amiga, exclamó: “¡María, entra, te tengo que contar lo que Dios ha hecho en mí! Me quitó la luz de mis ojos, pero me dio mayor visión para las cosas espirituales”.
Margarita continuó haciendo las labores de la casa sola. Un día se quemó mucho las piernas porque una olla con agua caliente se le resbaló de las manos. Otra vez vino María para consolarla, pero una vez más fue Margarita la que gozosa exclamó: “Dios vio que necesito tiempo para interceder en oración por todos los misioneros”.
La última vez que estuve me contó que le sacaron un riñón y que ahora sufría de fuertes dolores. Durante dos días, en el hospital, se rebeló contra Dios y le rogó que Él se la llevara. Y entonces todas las mañanas llegaba un pájaro a su ventana y cantaba con todas sus fuerzas. Avergonzada le pidió perdón a Dios. Se dio cuenta de que si Él cuida de las aves, cuánto más lo hará de sus hijos. Dios también lo conoce a usted y conoce sus problemas, sabe de sus angustias y no se olvidó de usted. ¡Confíe en Él!
Por Stephan Beitze