
“Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús”.
Hechos 4:13

La autoridad religiosa de aquel entonces no lo tuvo fácil, pues después de la crucifixión de Jesús no volvió a reinar la paz, sino que continuó habiendo revuelo. Miles de personas llegaron a la fe verdadera. En vez de quedar quietos de una buena vez y meditar seriamente acerca del Mesías prometido, los sacerdotes continuaron trabajando contra Él con violencia, intimidación y represión. El arrepentimiento personal y la conversión parecían términos desconocidos para los fariseos y los saduceos liberales y sedientos de poder, y de esta manera sellaron el juicio divino. Es sorprendente la opinión que tuvieron los enemigos del evangelio en cuanto a los discípulos Pedro y Juan: quedaron maravillados con ellos. Esos tres años, durante los cuales estos indoctos y sencillos galileos estuvieron con Jesús, los transformaron. Con gran autoridad espiritual y profunda convicción dieron testimonio del Cristo prometido por Dios, el cual había sido desechado por parte de los líderes del pueblo. El trato y la compañía de Jesús dejaron huellas imborrables y provocaron una entrega total a favor de la gran comisión que el Señor les había encomendado. Ni prisión, persecución o juicio los intimidaban. Ellos habían tenido un encuentro con el Resucitado, con Aquel que había vencido a la muerte. Mediante el Espíritu Santo enviado por Dios, también nosotros tenemos la misma posibilidad (y responsabilidad) de ser cambiados, de testificar francamente y de entregarnos por completo a Jesús.
Por Reinhold Federolf