
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”.
Santiago 1:22

Cuatro pastores disertaban sobre cuál sería la mejor traducción de la Biblia. Tras un largo intercambio de ideas, uno de ellos respondió: “La mejor traducción de la Biblia que yo conozco es mi madre. Ella me tradujo la Palabra a través de su vida”. Se le preguntó a un médico creyente cuándo había comprendido por primera vez la realidad de Jesús. Él contestó: “Cuando aún era niño. Mi padre en toda su vida nunca había ganado más que cuarenta dólares por semana. Pero cada domingo por la mañana veía como él depositaba un billete de diez dólares en la bolsa de la ofrenda”. C.H. Spurgeon cierto día le preguntó a una empleada doméstica de qué manera se daba cuenta de que había vuelto a nacer. Ella contestó: “A partir de mi conversión empecé a barrer la mugre que se junta debajo de las alfombras”. Dos mujeres conversaban y una le preguntó a la otra de qué había tratado la predicación del domingo pasado: “No podría decírtelo”, contestó, “pero una cosa sé: después de esa predicación volví a saludar amablemente a mi vecina”. Unos creyentes de Surinam se habían elegido un lugar de oración dentro de un bosque. Los “caminos de oración”, que conducían a aquel lugar, con el tiempo se habían vuelto visibles sendas. Un día un coterráneo le dijo cariñosamente a su vecino: “Oye, en tu camino de oración lentamente está volviendo a crecer el pasto”. En una oportunidad, el profesor Ferdinand Sauerbruch (1875-1951) le comentó a un conocido: “Sabe una cosa, nunca le di demasiada trascendencia a eso de ser cristiano. Pero desde hace un tiempo tenemos una empleada doméstica en casa, es una cristiana convencida. Ella vive lo que cree. Solo a ella le permito limpiar mi habitación”.
Por Norbert Lieth