El libro «CALEB – Verdadero Liderazgo espiritual» tratamos varios aspectos de la vida de este hombre de Dios. En esta oportunidad nos centraremos en SU SEVICIO.
En medio de la noche oscura de la incredulidad, desazón y cobardía, aparece una luz que ilumina el camino, que da confianza y seguridad. Es un hombre que, en medio de la oposición y grandes retos, demostró ser un líder íntegro, capaz y perseverante. Ese hombre fue Caleb. Hoy, como nunca antes, la mies del Señor requiere de creyentes y, sobre todo, de líderes firmes, íntegros, que sirvan de ejemplo para otros. Caleb lo fue, tú también lo podrás ser. ¿Estarás dispuesto a ser usado por Dios?
Si lo desea puede escuchar el audio del programa:
Como primer punto, analizaremos: El carácter del siervo
Una pequeña expresión que probablemente pase inadvertida, es la que nos da la clave para conocer el éxito espiritual de Caleb. Cuando el Señor emite el juicio contra el pueblo incrédulo y preserva del mismo a Caleb, se refiere a él como: “mi siervo” (así lo leemos en Nm.14:24).
El éxito que tuvo Caleb en lo que ya hemos visto y en varios puntos que todavía veremos, no se debe a un carácter especial, a un don innato de liderazgo, a sus influencias como príncipe, o a regalos que pudiera haber hecho. Quizás tenía dones de liderazgo, y era príncipe, pero estas características también las tenían los diez espías que fracasaron. Entonces, ¿por qué trascendió Caleb? La respuesta es bien sencilla: era siervo de Dios.
¿Qué significa ser siervo? No significa otra cosa que ser esclavo. Era una persona que pertenecía completamente a su amo, que en este caso era Dios mismo. Él voluntariamente se sujetó al Señor, rindió su voluntad a Dios.
Este concepto parece contradictorio con los parámetros actuales que, en parte, hasta se ven en las iglesias. En el mundo en general, el convertirse en líder depende mucho del carisma personal, de las influencias que uno pueda tener y de lo persistente que uno sea en perseguir objetivos, aún a costa de los que lo rodean, sean compañeros, su familia, o aún su propia salud. En general, en este ámbito, cuánto más egoísta se es, más se logra. Se usan todo tipo de manipulaciones psicológicas para lograr el éxito. Se vive de acuerdo al principio: “El fin justifica los medios”.
Quizás dentro del mundo cristiano esto no sea tan radical, pero muchas veces se ven reflejados los mismos principios. Los cursos de liderazgo enseñan estrategias de manipulación de masas, promueven mucho el potencial interno en lo cual no se diferencian de los libros de auto-ayuda y auto-superación del mundo. Los diferentes pasos para el éxito lógicamente, no son todos equivocados. Incluyen a veces conceptos bastante útiles. Pero, ¿cuántos de estos libros cristianos muestran lo que Dios realmente busca?
Gran parte de los jóvenes cristianos que tienen aspiraciones espirituales buscan ser reconocidos como predicadores de envergadura y/o líderes cristianos reconocidos. Lógicamente, no está mal poder enseñar bien la Palabra u ocupar un lugar de trascendencia dentro de la obra de Dios. De hecho, es muy necesario hoy en día. Pero lo que muchas veces juega un papel importante en esta elección es ver el reconocimiento que reciben estos hermanos, y anhelar tener lo mismo. ¡Esto no es mentalidad de siervo!
El pecado original de Satanás fue la ambición de poder. El pecado que hizo caer a Eva fue la ambición de “ser como Dios”. En las tentaciones con las cuales Satanás quería hacer caer a Jesús, se destacan el ofrecimiento de tener el reconocimiento público al lanzarse del pináculo del templo, o de caer en la avaricia al ofrecerle todos los reinos de la tierra. Con las mismas tentaciones seguirá siendo confrontado cada creyente y, sobre todo, aquellos que empiecen a ocupar un lugar de liderazgo dentro del pueblo de Dios.
Suena contradictorio, pero la persona “exitosa” según los parámetros bíblicos, la persona a la cual el Señor ve más encumbrada es el esclavo de Cristo. Cuando los discípulos del Maestro discutían quién entre ellos era el mayor, el líder, el más importante, Jesús les dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Estas palabras del Maestro de Mateo 20, 25 al 28, son bien claras, y el ejemplo está dado. ¿Por qué entonces se cambian estos valores? Para subir habrá que descender, para liderar habrá que servir. La soberbia, el orgullo, la avaricia y el egoísmo son completamente antagónicos a la posición de “siervo del Señor”.
Cuando Roboam – el hijo de Salomón – asumió el reinado en Israel, el pueblo vino y le pidió una disminución del peso tributario y del servicio que había impuesto Salomón. Roboam pidió opinión a los consejeros ancianos que habían trabajado con su padre, y a los jóvenes que se habían criado con él, para saber qué tenía que hacer. Los jóvenes le aconsejaron, en forma soberbia, que le dijera al pueblo que les iba a aumentar mucho más la carga que tenían. Este fue el consejo seguido por Roboam, con la consecuencia que diez de las doce tribus se apartaron de él.
En cambio, leemos en 1 Reyes 12:7, que los ancianos habían aconsejado algo que es la clave para un liderazgo eficaz, reconocido y aceptado: “Si tú fueres hoy siervo de este pueblo y lo sirvieres, y respondiéndoles buenas palabras les hablares, ellos te servirán para siempre”. Si el líder es siervo, no tendrá problema en ser aceptado por los suyos. Pero si un líder es soberbio y altivo, aparte de ser resistido por Dios mismo, también lo será por los que pretende dirigir.
El apóstol Pablo, que llevó el evangelio a tantas naciones, por medio del cual se convirtieron más personas que con cualquier otro discípulo; el hombre que le predicó a reyes y enfrentó el martirio sin temor, varias veces ironizó acerca de los títulos y criterios de valor humano que él mismo tenía. Todos sus títulos, por los que podía tener altísimo crédito frente a su pueblo, los dejó por amor a Cristo. Él dijo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Aunque usó su conocimiento teológico, no puso el énfasis en su título de fariseo. Todo lo contrario. Lo que destacaba constantemente es que era “siervo de Jesucristo”. ¡Éste es el líder que busca el Señor, y éste es el que Él mejor puede utilizar para Su honra y gloria!
El apóstol Pablo también resumió dos aspectos fundamentales de la vida cristiana, cuando dijo: “… os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo…” Por lo tanto, la vida cristiana se resume en: servicio a Dios y en esperar la venida del Señor Jesús. Entonces, el que no se pone al servicio del Señor está fallando en lo más esencial de la vida cristiana. ¡No debería existir ni un creyente que se quedara con los brazos cruzados!
En un pequeño pueblo de Francia, había una estatua representando a Jesús. Durante la Segunda Guerra Mundial, una bomba que cayó cerca la hizo añicos. Los lugareños procuraron pegarla de nuevo. Casi lo lograron, pero al final le faltaron las manos. Algunos propusieron hacer una nueva. Pero a alguien se le ocurrió poner un letrero que decía lo siguiente: “No tengo otras manos que las tuyas”. ¡Veamos el servicio al Señor como un privilegio, pero también como una responsabilidad!
Podríamos resumir esto así: “Si uno no es siervo, no sirve. Si uno se cree un señor, no sirve para el Señor”.