Uno de los misioneros que conozco y admiro me contó hace años que ejercía su ministerio entre una pequeña tribu de la nación Ianomâmi (se encuentran en el estado de Amazonas en la frontera con Venezuela y en los estados brasileños de Amazonas y Roraima). Este pueblo inalcanzado se resistió a su ministerio, y durante un largo periodo de tiempo escuché informes de pequeños avances y marcados retrocesos.
Al final me dio vergüenza preguntarle por los frutos de su trabajo. Finalmente, en nuestra última reunión, me dijo emocionado que en el último año había experimentado un avivamiento en esa tribu. Familias enteras se habían convertido e incluso se habían marchado a otras tribus para compartir la alegría de la conversión. Había trabajado más de 25 años para ver estos resultados.
¿Cuántos años trabajarías sin resultados?
¿Cuántos años seguirías sirviendo a Dios sin ver cumplida una promesa?
En una época en la que un producto que tarda más de cinco días en llegar se considera una pérdida de tiempo, o un mensaje que no se contesta en unas horas crea frustración, esperar una promesa que parece demorarse es un reto para la gran mayoría de nosotros.
Hoy te invito a investigar sobre Abraham, el padre de la fe, y como se enfrentó a la espera.
La vida de Abraham tuvo muchos altibajos en su camino. Obedeció de forma parcial al dejar a su familia, pero obedeció igualmente. Se fue a Egipto, sin una orden de Dios, y mintió sobre su esposa. Sin embargo, cuando regresó a Canaán, construyó un altar y adoró al Señor.
Antes de ser demasiado duros con Abraham, debemos recordar que creció en una cultura pagana y que la revelación de Dios estaba aún en su período inicial. No había comunidades que sirvieran a Dios, no había testimonio de hombres y mujeres que hubieran caminado con Dios, ni siquiera había el testimonio de las Escrituras.
Sin embargo, podemos ver por las Escrituras que una de las consecuencias de su desobediencia y mentira fue que en cierto momento obtuvo una sierva egipcia llamada Agar. Llegamos al capítulo 16 del Génesis, y el aparente retraso de Dios en cumplir su promesa empieza a generar reacciones pecaminosas en Sara y Abraham. En los versículos 1 a 4 leemos:
» Saray, la esposa de Abram, no le había dado hijos. Pero, como tenía una esclava egipcia llamada Agar, 2 Saray le dijo a Abram:
—El Señor me ha hecho estéril. Por lo tanto, ve y acuéstate con mi esclava Agar. Tal vez por medio de ella podré tener hijos.
Abram aceptó la propuesta que le hizo Saray. Entonces ella tomó a Agar, la esclava egipcia, y se la entregó a Abram como mujer. Esto ocurrió cuando ya hacía diez años que Abram vivía en Canaán. Abram tuvo relaciones con Agar, y ella concibió un hijo. Al darse cuenta Agar de que estaba embarazada, comenzó a mirar con desprecio a su dueña» (NVI).
Tenemos, por un lado, la desesperada iniciativa de Sara de ofrecer una sierva suya para que diera a luz a un hijo con su propio marido. Esta era una práctica habitual. No significa que Agar se hubiera convertido en amante de Abraham, sino que mantuvieron al menos una relación sexual y por ello él engendró un hijo en ella. El punto más importante aquí es que esta acción fue totalmente independiente de Dios. No les dijo que lo hicieran. Sabemos por revelación que el plan de Dios es la monogamia. Sin embargo, Sara, deseando ardientemente tener un hijo porque significaba la supervivencia para ella, quiso tomar en sus manos la solución del problema. Y Abraham acepta esta propuesta, cometiendo así el pecado de tener relaciones con otra mujer, así como el pecado de omisión en el liderazgo espiritual de su hogar.
El plan, sin embargo, genera consecuencias inesperadas (¿no es así siempre con el pecado?). Agar, cuando queda embarazada, en lugar de dar el niño a su ama, como se esperaba en aquel momento, empieza a mirarla con desprecio. La trama se complica, pues Sara se rebela contra su marido, haciendo recaer sobre él la injusticia que estaba sufriendo. Una vez más, Abraham no actúa y delega en Sara la responsabilidad de resolver el conflicto. El resultado final de este error es la aparición de la nación de los ismaelitas, que hoy conocemos como árabes. En otras palabras, una decisión independiente de Dios y una secuencia de omisiones por parte de Abraham generaron una nación que hasta el día de hoy vive en conflicto con el pueblo de Israel.
Ciertamente podríamos argumentar que, si Agar no hubiera estado presente, Sara habría utilizado a otra sierva, del mismo modo que está claro que los ismaelitas no están malditos, sino bendecidos por Dios. Lo que quiero destacar es que, ante la larga espera, esta pareja toma en sus manos la solución del dilema. A esto se suma a la omisión del líder y en consecuencia tenemos un conflicto secular.
En 2 Pedro 3:9 leemos «El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.»
Mi oración es que ante los aparentes retrasos de Dios, tú y yo podamos aprender a esperar en Aquel que no retarda su venida.