“…y revestido del nuevo (hombre), el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”.
Colosenses 3:10
Ramón lleva su reluciente 0 Km directamente al taller: “Háganle un ajuste general, por favor. Controle hasta el más mínimo detalle”. “Pero si es nuevo…”.
¡Entrega de llaves! La casa a estrenar se acababa de terminar el día anterior. Héctor, el constructor, vistiendo mameluco y mazo en mano, entra al inmueble ¿y qué es lo que hace? Comienza a derribar las paredes y a volver a construirlas. ¡Qué locura! ¡Nadie actúa de esa manera! Pero si a un vendedor de autos usados Ramón le comprara un modelo más viejo, antes de comenzar a usarlo le haría un ajuste. Pese a esto, al llegar a su casa diría: “¡Vean mi auto nuevo!” Si Héctor, por el contrario, adquiriera una casa de 100 años de antigüedad, con toda razón antes de la mudanza le haría alguna renovación. Y, sin embargo, a sus amigos les dirá: “¡Vengan a ver mi casa nueva!”. Todo depende del correcto empleo del concepto “nuevo”. Cuando alguien le entrega su vida a Jesús, nunca va a ser un 0 Km lo que Jesús adquiera por Su sangre. El “auto” de nuestra vida ya anduvo varios trayectos sin el Señor y estuvo en lugares que le ocasionaron daños. Jesús, el nuevo propietario, tiene el derecho de hacerle un ajuste. Recién entonces lo podrá utilizar y conducir hacia donde Él lo quiera llevar. La “casa” de nuestra vida ya está entrada en años. Cuartos sucios, otros sin uso. Jesús dice: “Tú eres mi nueva casa. He aquí, yo hago todo nuevo. Comienzo a renovar, a mi gusto, a mi imagen, para poder utilizarla”. Eso es lo que significa ser una nueva persona, y a la vez estar siendo renovado.
Por Stefan Hinnenthal