“Mas os he escrito, hermanos, en parte con atrevimiento, como para haceros recordar, por la gracia que de Dios me es dada para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo”. Romanos 15:15-16
Aquí leemos acerca del sacerdocio del apóstol Pablo para con las naciones. Pablo, como siervo del Señor, se empeñó en consagrarle a Él la iglesia de los gentiles, como un fruto santo y ofrenda agradable. Haciendo esto tenía también en la mira a su propio pueblo, al cual testificaba acerca de Jesús. Ahora quería “…estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén” (Hechos 20:16). Precisamente en Pentecostés, la fiesta de la cosecha, en la cual al comienzo se habían convertido 3000 judíos, Pablo quiso dar testimonio acerca del fruto de las naciones. Para dar este testimonio, viajó hacia Jerusalén con siete creyentes gentiles, mencionados por sus nombres en Hechos 20:4. Allí testificó “una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio. Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios” (21:19-20). Tras su conmovedor testimonio se le acusó injustamente de haber llevado griegos al Templo. Esto provocó su encarcelamiento y traslado a Roma. ¿Por qué le era tan importante a Pablo que “los gentiles le sean ofrenda agradable”? Ya que por la caída de Israel “vino la salvación a los gentiles”, quiso llevar el fruto de las naciones hacia Jerusalén “para provocarles (a los judíos) a celos” (Romanos 11:11). Por eso nosotros también debemos llevar una vida santificada y decidida.
Por: Eberhard Hanisch