“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”.
1 Corintios 15:3-4
La tumba estaba vacía. Su cuerpo nunca fue hallado, ese es un hecho bíblico e histórico. Ni siquiera los enemigos de Jesús negaron que su tumba estaba vacía. Los romanos no tenían ningún motivo para hurtar el cuerpo de Jesús. Estaban interesados en mantener esta provincia, de por sí inestable, lo más tranquila posible. El robo del cuerpo de Jesús no hubiese sido propicio a esta causa. Por eso accedieron a colocar una guardia ante la tumba. Los religiosos judíos igualmente estaban interesados en todo menos en que desapareciera el cuerpo de Jesús. Eran precisamente ellos quienes temían esto, y fue así que solicitaron una guardia ante la tumba. Y los discípulos de Jesús tampoco tenían motivos para robar el cuerpo. Ellos mismos al principio dudaron acerca de la noticia de la resurrección de Jesús. Más adelante, sin embargo, estuvieron dispuestos a sufrir persecución y a morir, de ser necesario, por profesar esto. Seguramente, no habría sido el caso si todo hubiese estado basado en una mentira. Y así proclamaron más adelante el mensaje del evangelio, cuyo valor primordial es la verdad. O sea que solo pudo suceder una cosa: ¡que Jesús realmente resucitara de los muertos! Por ende, el resultado para nosotros es el siguiente: “…si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).
Por Norbert Lieth