“Otro ángel vino entonces (…) y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono… Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto”.
Apocalipsis 8:3,5
Mientras las personas aquí en la tierra atraviesen el período de la gran tribulación y la tierra sea conmovida con juicios nunca antes vistos, el Señor permitirá que las personas tengan una visión del cielo. Todo lo que ocurre aquí en la tierra tiene sus orígenes más profundos en los hechos celestiales. En el cielo se celebra un culto, pero repentinamente todos los ángeles callan y dejan un intervalo para algo muy importante: un ángel –probablemente, el Señor Jesús mismo– presenta ante Dios las oraciones de los creyentes de todas las épocas. Mientras en la angustia innumerables creyentes claman a Dios: “¿hasta cuándo, Señor?” (Apocalipsis 6:10), se nos asegura aquí que ninguna de sus oraciones será olvidada. Incluso han de contribuir al cumplimiento del plan de salvación de Dios. ¿Qué valor tiene nuestra oración, la cual a veces solamente es un balbuceo? El ángel le da a la oración el gran valor que tiene, “…porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:27), ya que toma el incienso que ha recibido y se lo añade a las oraciones. Así comprendemos que Jesús, actuando como sumo sacerdote, nos une al aroma del incienso de una vida agradable a Dios, lo que permite que nuestras oraciones puedan ser escuchadas. Vemos la importancia de las oraciones de la Iglesia de Cristo en la tierra, ya que el mismo ángel toma del altar (similar al Gólgota) el incienso encendido de las oraciones y lo arroja a la tierra impía. Son la causa para el inicio de los juicios divinos.
Por Eberhard Hanisch