“Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”.
1 Juan 3:22
La hija llega al padre con su novio. Él le pedirá su mano. En realidad, la decisión ya está tomada. Pero inmediatamente después de pedir su mano, dice: “Aun cuando diga que no, su hija y yo nos casaremos de todas formas”. Como padre, ¿no se sentiría un poco en ridículo? ¿Cuál es la razón entonces de la pregunta, si en realidad el consejo y la opinión del padre le son totalmente irrelevantes? ¿Y qué sucede con nosotros? ¿No venimos a menudo a nuestro Padre celestial con pedidos y preguntas, cuando en realidad la decisión ya fue tomada hace mucho tiempo? En ese caso, solo lo hacemos para acallar nuestra conciencia o para recibir confirmación. ¿Realmente nos interesa la voluntad de Dios? ¿Estamos dispuestos a ir a Dios cuando aún no hemos tomado una decisión, y solo después de eso determinar qué hacer? Este es también el dilema de muchos matrimonios disueltos. Uno se pregunta: “¿Por qué, si nos hemos unido bajo la bendición de Dios, Él permite que esto esté sucediendo?”. Pero esto muchas veces apenas es una fachada. Si usted es sincero, ¿no tendría que admitir que la decisión de casarse ya había sido tomada mucho antes de consultar la voluntad de Dios? Los sentimientos hacia la pareja fueron mucho más fuertes que su confianza en Dios. ¿Realmente pregunto por la voluntad de Dios y estoy dispuesto a obrar conforme a ella? Podría suceder que en el primer momento me sienta desilusionado porque eventualmente la respuesta fue distinta a la que yo esperaba. Más adelante, sin embargo, estaré gozoso y agradecido, ya que Dios me protegió de una desilusión aún mayor. Él nos lleva por el camino correcto.
Por Thomas Lieth