“…sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve”.
Lucas 22:26
Jesús no le huía a hacer el trabajo del más insignificante esclavo de una casa. Es decir, lavar los pies de los visitantes. Después de que Jesús hizo esto, les dijo: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Juan 13:14). ¿Qué significado tiene esto en nuestra convivencia diaria? Que nos aceptemos unos a otros tal como somos, pues para un esclavo no había acepción de personas, puesto que él mismo era el más bajo en la escala social. También significa que no podemos despreciar a nadie, pues el esclavo no tenía derechos, y con ello, ningún derecho a negarse a lavarles los pies a los huéspedes. Por otra parte, significa que nosotros tampoco podemos negarnos a ninguna orden, ya que si el esclavo lo hacía padecía la muerte. Ni siquiera podemos disponer de nosotros y de nuestro tiempo, ya que el esclavo era propiedad de otro. ¿Realmente queremos esto? Hoy, siendo que la meta principal es la autorrealización, esta propuesta está pasada de moda. Jesús dice: “Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10:38). Este “tomar la cruz” no es nada espectacular, sino la disposición de seguir el ejemplo que nos ha dado Jesús, es decir, ser siervo de todos. Haciendo esto encontraremos la verdadera realización, tal como lo dice Jesús: “…Mi comida es que haga la voluntad del que me envió…” (Juan 4:34). Visto desde afuera, este servicio de amor a Jesús parecería ser una pérdida, pero para quien lo mira de adentro, es algo que lo sacia. ¿No es precisamente esto lo que todos buscamos?
Por Samuel Rindlisbacher