“Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío. Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te alabarán”.
Salmo 84:3-4
Estos versículos, en realidad, deberían haber continuado de esta manera: El gorrión halla su casa; la golondrina, su nido; y el hombre, su habitación, o mejor aún, una casa confortable. Cada primavera es una alegría cuando las calandrias surgen con su trino repentino. O cuando más adelante las graciosas golondrinas traen vida al nido. Vuelan miles de kilómetros y fielmente vuelven a las casitas que alguien les preparó, o a nidos que ellas mismas se hicieron. Tras este comportamiento, existe un misterioso impulso del Creador. Pero en nosotros es diferente. A través de nuestro intelecto y nuestro libre albedrío, no funcionamos automáticamente como si fuéramos un programa de computadora. Los hijos de Coré nos señalan la dirección en este Salmo: el verdadero hogar del hombre no es su casa en primer lugar, sino el altar de Dios. En el sentido que el Nuevo Testamento da, esto significa tener comunión con Dios. No nos dejemos desviar demasiado por el consumismo ni por el entretenimiento. El anhelo profundo y la búsqueda inquietante solo son acallados mediante la comunión sincera con nuestro Creador y Salvador. Pero para eso no necesitamos hacer un largo viaje. Dios nos ha puesto un tiempo y un límite para que lo busquemos y lo encontremos. Él no está lejos de nosotros, lo cual experimentaron y siguen experimentando millones de personas en todo el mundo por medio de Jesucristo. Ocupémonos de mantener en forma el altar de nuestra vida. El principal llamado del hombre es el de mantener la comunión con Dios. “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (1 Corintios 1:9).
Por Reinhold Federolf