“Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos”.
2 Timoteo 3:10-11
Qué maravilloso testimonio le da el apóstol Pablo a Timoteo aquí. Él lo llama “amado hijo” (vea 2 Timoteo 1:2). No obstante, no era su hijo de sangre, sino más bien su hijo espiritual, y así como un padre de sangre desea que su hijo aprenda las buenas cosas de él y las imite, así también Pablo tuvo este comportamiento en lo que se refiere a lo espiritual para con Timoteo. ¿A quién tenemos como ejemplo? ¿A un conocido actor, que en la película es el héroe al que todos adoran, y que generalmente actúa en forma correcta, pero que en su vida privada se comporta como si fuera el centro del mundo? ¿O nuestro ejemplo es Jesús, quien pudo decir de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo”? Un conocido refrán dice: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Esta es una profunda verdad. Las personas con las que tratamos marcan nuestra vida. El buen testimonio de Timoteo también surgió porque se había tomado en serio el seguir a Cristo, y no se atemorizó cuando le sobrevinieron persecuciones y sufrimiento. Algunos afirman que con Jesús todos los problemas se diluyen, y si alguno aún tuviera alguna dificultad, debería encerrarse en su recámara y buscar pecados ocultos. Con esto se acarrea mucha confusión, inseguridad y problemas a la iglesia. Nuestro versículo del día nos muestra precisamente que no todos los días son días de sol. El seguir a Cristo no significa llevar una vida cómoda y sin problemas. Sin lugar a dudas también habrá días grises, los cuales nos traerán (una vez transcurridos) mucha bendición. Debemos ser fieles seguidores, pues Dios quiere hacer de nosotros buenos referentes.
Por Markus Steiger