“…cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará”.
Juan 16:23
¿Acaso esta promesa de Cristo es un comodín para cada deseo y petición “en el nombre de Jesús”, algo así como una fórmula mágica con la cual todo nos es posible? El Señor da esta exhortación de orar en su nombre con relación a sus últimas palabras dirigidas a sus discípulos, en Juan 15:7, donde habla de la importancia de permanecer en Él: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. Pedir en su nombre requiere, por lo tanto, que le amemos, hagamos su voluntad y guardemos sus mandamientos, así como Él mismo guardó los mandamientos del Padre e hizo su voluntad. Eso lo hizo uno con el Padre. Si observamos con suma atención las oraciones de Jesús y qué cosas le pidió al Padre, nos llamará la atención que no hay intenciones egoístas, sino que siempre sujetó su voluntad a la del Padre. Asimismo deben ser nuestras oraciones. Para una petición egocéntrica no podemos afirmarnos en el Señor, pues tal petición no surge de Su Espíritu. Muchas veces la voluntad de Dios nos es desconocida. Entonces (tal como Jesús) debemos expresar confiadamente: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Pedir en el nombre de Jesús, entonces, consiste en unirse a la voluntad de Dios. Un hombre de estado solo puede hablar en el nombre de su gobierno siempre y cuando se identifique con la voluntad y las metas del mismo. De la misma manera, solo podemos pedir en el nombre de Jesús siempre y cuando nos sujetemos a Su voluntad y a Su meta.
Por Fredi Winkler