“Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá”.
Números 21:8
Si alguno era mordido, tan solo necesitaba mirar la serpiente que estaba en lo alto para así mantenerse con vida. No se necesitaba nada más. No era necesario memorizar algo, ni era necesario orar cinco veces al día o cosas por el estilo, sino única y exclusivamente se debía elevar la mirada hacia la serpiente que estaba en lo alto. Eso era todo. Para Dios hubiera sido algo sencillo el quitar las serpientes o hacer que sus mordidas fueran inofensivas. Pero en este caso, el hombre hubiese sido salvo automáticamente, como por control remoto, sin saber por qué ni a través de quién. Las serpientes habrían desaparecido o las mordidas habrían sido inofensivas, y ya no se habría pensado más al respecto. Pero al alzar la serpiente, los israelitas sabían por qué estaban sufriendo este mal: se les estaba recordando su rebelión y sabían quién los estaba guardando de la muerte. Y lo más importante: únicamente ellos tenían el poder de decidir si querían ser salvos o no. Nadie les podía quitar esta decisión. Si no miraban por decisión propia a la serpiente en lo alto, morirían. Tanto antes como después, la situación era la misma. Las serpientes ardientes aún estaban allí y sus mordidas aún seguían siendo mortales. Solo la fe en el ofrecimiento de salvación de Dios realmente les salvaría de la muerte, y, naturalmente, el colocar esta fe en Dios los guardaría de una muerte segura. Esto mismo nos da a entender el Señor en Juan 3:14-18. Solo alcanzará la salvación aquel que la acepta por fe, recibiendo el ofrecimiento de Dios al elevar su mirada hacia Jesús, el cual fue levantado en lo alto en la cruz del Gólgota.
Por Thomas Lieth