“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.
Mateo 11:29
Salomón enseñó: “Oíd, hijos (…) y estad atentos, para que conozcáis cordura” (Proverbios 4:1). Cuando Jesús dice: “Aprended de mí”, no se refiere a una enseñanza común. Su intención no es que se aprenda de memoria sus enseñanzas. A pesar de que eso ya sería un gran logro y una ganancia. ¿Pero cómo se llama la lección divina que debemos aprender? Humildad y mansedumbre. Esas son las cualidades que como cristianos debemos llegar a poseer, pues no nos son innatas. Jesús lleva a sus discípulos (aprendices) a su enseñanza secundaria especial de la vida. Quienes quieran seguir a Jesús deben dejarse sujetar bajo Su yugo. Sus discípulos estuvieron dispuestos a hacerlo, excepto uno. ¿También queremos estar dispuestos –realmente? Con cada uno de sus seguidores Jesús transita un camino totalmente individual. Ninguno tiene que cargar el yugo solo, pues Jesús permanece a su lado. Para eso es necesario mantener interiormente el paso con Él. Si lo hacemos, tanto yugo como carga se aligerarán. Pero si no queremos mantener el paso o hasta nos ponemos testarudos, seguir a Cristo se vuelve una lucha. En el sermón del monte Jesús nos da una lección de suma importancia. La bienaventuranza se la promete a aquellos que llevan a la práctica lo aprendido en su escuela. Jesús vivió una vida ejemplar, mostrándonos cómo debíamos comportarnos ante nuestro prójimo, es decir, con amor. Todas las personas experimentan humillación e injusticia, y nosotros mismos se las ocasionamos a otros, por lo general, inconscientemente. ¿Cómo actuó Jesús, quien había sido inocente, cuando le fue hecha tan grande injusticia? Sufrió y resistió en silencio. Le invito a leer Isaías 53:7. En la escuela de Jesús puede aprender mansedumbre y humildad y hallar reposo para su alma.
Por Burkhard Vetsch