“Si no viereis señales y prodigios, no creeréis”.
Juan 4:48
La respuesta de Jesús a la oración del funcionario real tiene un tono amargo. ¿Por qué? La mayoría de las personas no venían a Jesús para escuchar Sus palabras, sino principalmente porque querían experimentar señales y milagros. ¿Quién no quisiera ser sanado o ser satisfecho por aquel pan que Jesús multiplicó milagrosamente? Los milagros eran muy solicitados, pero justamente estas personas, a pesar de todos los milagros que vivieron, más adelante gritaron: “Crucifícale”. Querían los milagros, pero no querían al que los obraba, ya que Él no colmaba sus expectativas. También hoy, el pueblo (y algún cristiano que otro) pide ver señales y milagros. Pero si los milagros que Jesús hizo en su tiempo no llevaron a que el pueblo le creyera, mucho menos lo harán hoy día. El pequeño círculo de personas que creyó en Jesucristo y siguió su verdad fue motivado, de alguna forma, por lo que Pedro dijo con convicción: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68). No me malinterprete, los discípulos también estaban fascinados con lo que veían, pero llegaron a la fe por medio de las palabras de Jesús. Es como dice Pablo: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). De esta palabra dice Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Lamentablemente, hoy cada día más cristianos se basan en milagros y espectáculos. De esa forma abandonan el cimiento de la Palabra de Dios y se pierde la fuerza para el nuevo nacimiento. ¿No es esa la razón por la que tenemos tantos cristianos nominales, pero a los cuales Cristo y su estilo de vida le son desconocidos?
Por Samuel Rindlisbacher