“De cierto de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.
Juan 3:3
La terminología, también la teología, pueden ser tan abstractas que uno se olvida del significado de las cosas y de qué es lo que realmente se nos quiere decir. ¡Uno de esos términos es el “nuevo nacimiento”! Incluso Nicodemo, con toda su preparación religiosa, tuvo dificultad para entender lo que Jesús quería decir. Jesús se lo explicó al decirle: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (versículo 6). Nuestras cualidades humanas pueden ser muy buenas, pero nunca llegarán a tener valor a los ojos de Dios. Solamente lo que viene de Él tiene un valor verdadero y nada maligno en sí mismo. Se dice que todas las cosas tienen dos caras. Esto realmente es cierto en todas las cosas terrenales, por ejemplo, se da en la luz y el agua (dos de los elementos esenciales), sin los cuales no podríamos vivir. En la medida correcta, son una gran bendición, pero en demasía pueden destruir vidas. Ahora, todo lo que viene de Dios solo tiene un lado positivo, y otorga vida y paz. Todos los dones del Espíritu, tales como el amor, la bondad, la fidelidad, la verdad, la paciencia, la justicia, la santidad, etc., solo tienen un lado positivo. Estos dones son los elementos de la vida del que es nacido del Espíritu. Por eso Pablo nos exhorta: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:2). Pero antes de que algo nuevo pueda nacer, lo viejo y terrenal debe morir. Pablo usa palabras duras en este sentido diciéndonos: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:5). También aquí hay una larga lista de supuestas “virtudes” y pecados que tenemos que hacer morir en Cristo, antes de que la nueva vida, la cual viene de Dios, pueda desarrollarse en nosotros.
Por Fredi Winkler