“Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.
2 Corintios 5:15
Aquí, el Nuevo Testamento nos enseña que en la cruz no solo sucedió algo a nuestro favor (el juicio de todos nuestros pecados), sino que también sucedió algo en nosotros, un cambio de señorío: ¡No más yo, sino Cristo quien vive en mí! El apóstol utiliza una imagen de aquel entonces: la esclavitud. El Hijo de Dios vino a esta tierra y nos compró (redimió), por medio de la cruz, del poderío de Satanás, el mayor esclavista de todos los tiempos, el cual nos esclavizaba a través de las cadenas del pecado. Pero ahora ya no somos más esclavos del pecado, ni somos dominados por el mismo, sino que nos convertimos en esclavos de Jesucristo, a quien servimos voluntariamente. El apóstol le recuerda aquí a los corintios este nuevo hecho: “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6:20). Pongamos nuestros miembros a disposición de nuestro nuevo Señor para que Él pueda usarlos al servicio de este mundo, en el cual todavía hay millones que están esclavizados bajo el pecado. Los israelitas fueron liberados de la esclavitud en Egipto por la sangre de un cordero, para que de ahí en más sirvieran a Dios. Lamentablemente, quedaron estancados en el desierto y no alcanzaron la tierra prometida, ya que siempre volvían a mirar atrás y no creían en las promesas de Dios. Habiendo sido liberados de un señorío a manos de extraños en Egipto, pasaron a estar bajo el señorío propio (una vida en el desierto) y consecuentemente rechazaban el señorío y la guía de Dios en sus vidas. Por ello nunca llegaron a la tierra prometida (Canaán). Esto está escrito para advertirnos, para que todos los días pongamos nuevamente nuestra vida bajo la guía de Cristo.
Por Dieter Steiger