“Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”.
Lucas 19:5
El verdadero encuentro, la profunda conversación y la intimidad entre Jesús y Zaqueo recién se llevaron a cabo en la casa de este último, no en el árbol. Jesús hubiera podido intercambiar algunas palabras más con él, pero se quedó en esta única oración. Ahora, esto es muy significativo también para nosotros. Jesús desea tener una comunión íntima con nosotros, no una conversación a la pasada, a la distancia, sino en la casa de nuestro corazón. No allí donde huimos de todas las necesidades que nos rodean y opacan nuestra vista, sino allí, donde están las raíces de nuestra necesidad, en lo más profundo de nuestro ser. ¿En qué árbol nos refugiamos nosotros? ¿En el árbol de refugiarnos en otros, quizás? ¿O en el árbol de las raíces de fe de otros? Deberíamos nosotros mismos hacer raíces en Jesucristo y su palabra, dejando a un lado la tendencia de treparnos a los árboles ajenos, que ya tienen sus raíces. ¡Pero cuidado! Aunque las raíces de nuestros hermanos sean buenas, no nos ahorremos el trabajo de arraigarnos nosotros mismos en la Palabra. Un buen árbol se reconoce por sus raíces, y permanece firme. ¿Qué sucede si las raíces de los otros no son buenas, si son “grandes hombres de la fe” que solo crecieron hacia arriba, árboles enormes que apenas tienen raíces? Muchos podrían buscar refugio bajo su sombra y alimentarse de sus frutos, pero ¿qué frutos son esos? Pablo nos exhorta: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados” (Colosenses 2:6-7).
Por Stefan Hinnenthal