“¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová… Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad”.
Salmos 84:1-2, 10
Muchas veces leemos en los Salmos: “Salmo para los hijos de Coré”. Al hablar sobre los hijos de Coré se refiere a toda la descendencia de porteros y cantores que alaban a Dios en el Templo, y sirven al que habita “entre las alabanzas de Israel” (Salmos 22:3). Pero ¿quiénes eran en realidad? Eran los descendientes de aquellos que se rebelaron contra Moisés junto con otros 250 hombres (Números 16). Coré quería tomar el sacerdocio por la fuerza y estaba desconforme con su posición y con la tierra. Ya no tenía una mirada de fe y hasta se burlaba de la preciosa tierra prometida. En esta situación intervino Dios, los llamó con incienso delante de la puerta del lugar santísimo y los preparó para su ordenación. En eso se abrió la tierra y los tragó. Podemos ver cuanta corrupción había en ese linaje y el privilegio que es el servir a Dios. Pero ese no fue el final, ya que “los hijos de Coré no murieron” (Números 26:11). Y ahora encontramos a sus descendientes nuevamente en los Salmos. En 1 Crónicas 9:22 dice: “…a los cuales constituyó en su oficio David y Samuel”. ¡Cuántas cosas habían cambiado en ellos! Ahora tenían puestos de confianza como porteros del Templo. Y con sus canciones daban testimonio de una comunión íntima con el Señor. Dios puede transformar a las personas, y cada tarea puede ser muy satisfactoria, si es hecha espiritualmente.
Por Eberhard Hanisch