“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos”.
Deuteronomio 8:2
Podemos definir el tiempo actual, en primera instancia, como un período de gracia. Toda persona que confía en el Señor y lo recibe, obtiene la salvación. Pero este tiempo también tiene un lado oscuro y desagradable: el incremento de la maldad. Y aún podemos sumarle otro aspecto crucial: es un tiempo de espera. Es precisamente en la espera que se demuestra el verdadero sentir, que se muestra la fidelidad, el fervor, la entrega y el amor a Jesús. Pablo todavía menciona otra aptitud: “…sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo” (1 Corintios 9:12). A veces, el sufrimiento es profundo y prolongado. Es interesante que en inglés a la paciencia, como un fruto del Espíritu Santo, se le diga long-suffering, es decir, algo que está relacionado con la capacidad de soportar y resistir por un buen tiempo, aun en situaciones desagradables. Esto, sin lugar a dudas, tiene que ver con la renuncia, la limitación, la humildad y el servicio. Creo que en el momento de cruzar el umbral hacia la eternidad y llegar al cielo, todos anhelamos oír estas palabras de la boca de nuestro Salvador: “Bien, buen siervo y fiel (…) entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:23). En el pueblo de Israel afloraron muchas cosas durante el tiempo que estuvo en el desierto. Leemos en las Escrituras que su experiencia nos debe servir de ejemplo, pero también de advertencia. ¿Cómo enfrentaremos este nuevo día? ¿Responderemos bien? ¿Somos como una esposa que aguarda fiel y activa el regreso de su esposo celestial? ¿O nos dejamos distraer con diferentes cosas? ¿Aún tenemos tiempo para el Señor? Esto, sin lugar a dudas, es un indicador de nuestro amor hacia Él.
Por Reinhold Federolf