“Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor”.
Mateo 24:42
Los primeros cristianos esperaban que la segunda venida del Señor ocurriera estando ellos aún con vida, y tenían toda la razón para hacerlo, pues en el Nuevo Testamento somos exhortados muchas veces a velar y esperar. En la parábola de las diez vírgenes, leemos: “Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron” (Mateo 25:5). El esposo ya ha tardado 2000 años, y el peligro de dormirnos sigue latente. Solo el mantenernos ocupados regularmente en la palabra del “esposo”, hace que nuestros corazones sigan velando. En el Sermón del monte de los Olivos, el Señor se refirió a otro peligro. Es el caso del siervo malo: “Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos…” (Mateo 24:48-49). Otra advertencia es pronunciada en Lucas 21:34-35: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra”. Una noche fuimos sorprendidos y despertados por un ladrón, el cual estaba a punto de abrir la puerta de nuestra oficina. Esta experiencia nocturna nos recuerda las palabras de Jesús: “Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mateo 24:43-44). Aquí el Señor Jesús compara su repentino advenimiento con el proceder de un ladrón. Un ladrón viene inesperadamente. Aunque todos estos pasajes se refieren a su venida en gloria, hay un principio similar para los cristianos hoy: la venida de Cristo a buscar a su Iglesia sucederá repentinamente y sin anuncio previo. Por esto nos dice nuestro Señor: “Velad…” (v. 42).
Por Dieter Steiger