“Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”.
Hebreos 13:14
¿Qué es la vida? Santiago en su carta dice que es una niebla. ¿Se podría ilustrar lo efímero de la vida de una manera más palpable? El hombre por naturaleza se aferra a ella. ¿Y qué no hace el hombre por alargar su vida? Sin embargo, el envejecimiento y la muerte no se pueden retener, y con esta realidad inmutable somos confrontados continuamente. Por eso Moisés ya había dicho: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmos 90:12). ¿A qué sabiduría se refiere? A la sabiduría de invertir durante esta vida pasajera para la vida después de la muerte, de manera que seamos ricos en Dios. ¿Pero qué son las riquezas divinas? ¿Qué son los tesoros en el cielo a los cuales ni las polillas ni el orín pueden corromper ni los ladrones pueden robar? (vea Mateo 6:19-20). La Biblia llama a esta inversión en los tesoros celestiales buenas obras que siguen a la fe, para que nos enriquezcamos y pongamos los cimientos de la verdadera vida venidera. Estas inversiones celestiales lamentablemente no son tan populares como las terrenales, las cuales solo acarrean inquietud y preocupaciones. En las inversiones celestiales no existe ni pérdida de valor ni de cambio; y además le dan paz y tranquilidad al alma. La sabiduría e inteligencia divina nos quiere enseñar a invertir en la mejor “bolsa de valores” que existe. Bien dice un dicho: “Las mortajas no tienen bolsillos”. Eso concuerda con relación a las riquezas pasajeras de este mundo. Pero si hemos invertido en el “banco celestial”, las riquezas celestiales nos esperan en nuestro eterno hogar.
Por Fredi Winkler