“Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad”.
Marcos 5:33
A lo largo de doce años, esta mujer sufrió de flujo de sangre. Todo su dinero lo había gastado en médicos, sin embargo, ninguno la pudo ayudar. Entonces escuchó de Jesús, se acercó a Él sigilosamente por detrás y tocó el borde de su manto. Al instante se sanó. Jesús se dio cuenta de que había salido poder de Él y quiso saber quién lo había tocado. Entonces, atemorizada, se presentó en público delante del Señor y le dijo toda la verdad. Seguidamente sucedió algo maravilloso. Ella recibió la confirmación pública de Jesús en cuanto a su sanidad y obtuvo paz para su corazón: “Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5:34). Cuánto júbilo debe haber vivido cuando Jesús le dijo “hija” y pudo escuchar de Su boca el sello divino de su sanidad. Cuánto se habría perdido si “solo” hubiese quedado en un toque. Nunca habría alcanzado esta relación con Jesús, nunca habría alcanzado este triunfo público. Nunca habría escuchado la palabra “hija” salida de la boca de Dios. Interiormente, tal vez nunca habría podido llegar a experimentar esta paz, y su fe no habría sido confirmada públicamente por el Señor. Tal vez más adelante habría vuelto a dudar. Pero tenía el sello de Dios y con eso seguramente la paz. Muchos cristianos probablemente hayan experimentado a Jesús de tal o cual manera, pero no han recibido la seguridad de salvación porque no le han dicho toda la verdad.
Por Norbert Lieth