“Ella entonces subió, y lo puso sobre la cama del varón de Dios, y cerrando la puerta, se salió”.
2 Reyes 4:21
El hijo de la mujer sunamita –un niño que le había sido prometido por el profeta Eliseo– había muerto. Obviamente, fue un golpe duro para esa madre que por tanto tiempo había estado esperando este niño. Pero pese al momento difícil que vivía, hizo algo maravilloso: colocó a su fallecido hijo sobre la cama del profeta Eliseo, para quien en esa casa siempre había una habitación disponible. Con esto la mujer nos demuestra lo que significa entregar una carga. Pues ella no dejó al pequeño cuerpo en cualquier parte, no, ella “lo puso sobre la cama del varón de Dios”. Al depositar su carga allí, recibió libertad y paz,
pues “cerrando la puerta, se salió”.
¿Querido lector, no será que en este momento está llevando una carga que lo está deprimiendo e influenciando? ¿Ha perdido tal vez la perspectiva porque la carga es muy pesada y dura? Si es así, haga lo que hizo la mujer sunamita: ¡deposite su carga, por grande que sea, a los pies del Señor!
Aquí surge una cuestión importante: ¿ha preparado usted en su vida un lugar especial en el cual el Señor pueda morar? Pues ese había sido el secreto de la mujer sunamita. En 2 Reyes 4:10 la oímos decir: “Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él (Eliseo) viniere a nosotros, se quede en él”. ¿El Señor Jesús tiene espacio en su corazón? ¿Está habitando en él? Si es así, deje de una vez por todas de cargar su lastre y entrégueselo al Señor, Pedro dice: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
Por Marcel Malgo