“Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? …Consumado es”.
Mateo 27:46; Juan 19:30
Muchos siglos antes, David había escrito estas palabras en forma profética en un salmo, el cual en su primera parte hace referencia a los sufrimientos de Jesucristo en la cruz: “¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmos 22:1). Estas son palabras que a lo largo de los siglos han provocado un profundo eco en los corazones de los verdaderos creyentes. Estas palabras que el Hijo de Dios exclamó en la cruz son, sin lugar a dudas, las más importantes de toda la historia de salvación por su amplia certeza. Jesús, el único hombre perfecto que jamás haya vivido sobre la tierra, aceptó, por amor a su Padre y a nosotros, ser llevado de un juzgado a otro y ser condenado a muerte por jueces injustos. ¡Allí en la cruz, degradado a delincuente, soportó de todo por parte de los hombres! Pero todo este sufrimiento aún no podía borrar ninguno de nuestros pecados. Tuvo que resistir sobre el Gólgota aquellas tres espantosas horas de oscuridad. Y Él, el Santo y Justo, a quien todo lo malo le era abominable, tuvo que soportar, por amor a nosotros, ser hecho Él mismo pecado. Toda nuestra injusticia la llevó sobre su cuerpo al madero de condenación. Esto lo llevó a estar bajo la ira de Dios. Al final gritó: “Elí, Elí, ¿lama sabactani?”. Su muerte fue un hecho de absoluto amor, que satisfizo la justicia de Dios. Allí en la cruz, el pecado fue condenado en su totalidad y el pecador arrepentido obtuvo completa salvación. Jesús pudo exclamar: “Consumado es”. ¡A ti Señor, que nos has amado tanto, te damos las gracias ahora y eternamente!
Por Jean Mairesse