“…haciéndonos saber vuestro gran afecto*…”.
2 Corintios 7:7
¿Aún conocemos aquella añoranza* por los valores eternos, la añoranza por el Dios vivo? La necesitamos con urgencia. Ojalá todos añoráramos al Dios vivo, pues la Biblia dice que esos serán saciados. En Mateo 5:6 leemos: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. ¿No es una promesa maravillosa? Una y otra vez la Biblia nos relata acerca de hombres y mujeres que tenían esta añoranza, esta profunda necesidad de tener comunión con Dios. Qué maravilloso que es saber que este anhelo no es en vano. Esta hambre y esta sed serán saciadas. Jesús dice de sí mismo que es Él quien da el agua que quita la sed y el pan que sacia el hambre. Sin embargo, esta hambre y esta sed no siempre son saciadas inmediatamente. Incluso en la naturaleza, no nos topamos enseguida con un manantial y no siempre encontramos de inmediato algo comestible. A veces es cuestión de esperar y ser pacientes. En la Biblia también encontramos personas que tuvieron que esperar, a veces más, a veces menos. Pero todos pudieron experimentar que Dios sacia la profunda añoranza hacia Él. Simeón ya era un anciano (Lucas 2:25) y aún no había saciado su añoranza. Todavía esperaba al Redentor de Israel. Ana, la profetisa, quien había enviudado temprano, también estaba colmada de añoranza hacia Dios (Lucas 2:36-38). Ambos habían envejecido con este anhelo. Pero su esperanza no fue defraudada. Nuestra añoranza ha de ser saciada de la misma manera. Mantengámosla despierta dentro nuestro. ¡Jesús vuelve pronto!
Por Samuel Rindlisbacher
* Para esta meditación, en lugar de “afecto” utilizaremos “añoranza”, extraída del Nuevo Testamento Interlineal de Francisco Lacueva (N. del T.).