“Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más. Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús; pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación”.
1 Tesalonicenses 4:1-3
Lo natural es que todos nosotros vivamos según nuestra propia voluntad y nuestros propios deseos, cuidando siempre que nuestro yo sea satisfecho. Pero desde que nos convertimos de la oscuridad, del poder del diablo, pertenecemos a otro Señor. “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:12-14). Esta nueva relación exige nuestra absoluta separación de las tinieblas y del mundo junto con sus pasiones, pero también del gobierno propio. Somos salvos y apartados para estar a disposición de nuestro Señor y de su voluntad, así como Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto para que pudiera estar al servicio de Dios. A través de Moisés, Dios le hizo saber cuál era su voluntad. Llevando una vida de acuerdo a la Palabra de Dios, Israel debía ser una bendición para otras naciones. De la misma manera, también nosotros, como iglesia de Cristo, pueblo adquirido por Dios, estamos llamados a anunciar las virtudes del Señor, quien nos salvó y nos llamó (1 Pedro 2:9). Y si vivimos como quienes están apartados para hacer la voluntad de Dios, seremos cartas legibles de Cristo (2 Corintios 3:2-3). ¿Es esto una realidad en su vida?
Por Werner Beitze