“Y Jabes fue más ilustre que sus hermanos, al cual su madre llamó Jabes, diciendo: Por cuanto lo di a luz en dolor. E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió”.
1 Crónicas 4:9-10
Jabes tenía un nombre cuyo significado no era bueno. Su vida ya había comenzado con dificultades. Tenía motivos para estar desconforme: “¿Qué sucederá de aquí en más? ¿Nunca cambiará la situación? ¿Saldré alguna vez de este oscuro túnel? ¿Recuperaré mi salud? ¿Venceré mis limitaciones?”. Y entonces se mostró sincero con Dios, tomó una decisión y comenzó a orar. Aquel que ora inmediatamente es más “ilustre que sus hermanos”. Aquel que ora está inscrito en el corazón de Dios. Humillado por otros, exaltado por Dios. Jabes, tal vez como el único de su familia, pudo dejar atrás la vieja vida y vivir sobre un nivel más elevado. Cuatro cosas le eran importantes. En primer lugar, quiso recibir la bendición de Dios, de la cual depende todo. Quiso tener sobre sí la mano y el gobierno de Dios, pues eso significa bendición y absolución de la condenación (Números 6:27). En segundo lugar, procuró alcanzar nuevos territorios, nuevas capacidades y nuevas posibilidades para Dios. No solo quiso la bendición para sí, sino que también quería ser de bendición para otros. A la persona que es tan despojada de sí misma, “en angustia, (Dios la hará) ensanchar” (Salmos 4:1). En tercer lugar, internamente tiritaba de miedo de hacer algo por sus propias fuerzas. Oró pidiendo que Dios le diera su mano. “Ni su brazo los libró; sino tu diestra” (Salmos 44:3). En cuarto lugar, le preocupaba deshonrar a Dios en momentos de sufrimiento: “…y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió”.
Por Eberhard Hanisch