“Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios”.
Hebreos 4:9
“¡Shabbat Shalom!”. Aquel que estuvo en Jerusalén lo debe haber experimentado. El viernes al anochecer, cuando se pone el sol, invade las calles de la ciudad una quietud no acostumbrada, para algunos hasta sofocante. Muchos judíos, sin embargo, llaman al Sabbat “delicia, santo, glorioso de Jehová”, tal como dice Isaías 58:13. Dios creó el mundo en seis días y descansó el séptimo. A Adán se le permitió comenzar su vida, «su semana», con el día de descanso y solo entonces retomar su trabajo, un trabajo que de ninguna manera le costó el sudor de su frente. ¡Maravilloso! Con la caída en el pecado, sin embargo, perdió este gran privilegio. La ordenanza del día de reposo en los mandamientos representa la necesidad de un día de descanso, que Dios en su misericordia obsequió al hombre. En la actualidad, el trajín cotidiano del hombre es así: días de trabajo cotidiano hasta el agotamiento y después un día de descanso, que en muchos casos ya ni siquiera se tiene. La resurrección de Jesús en el primer día de la semana representa, sin embargo, la confirmación de Dios de que la obra redentora de Su Hijo Jesús era perfecta. Con ella se volvió a tomar posesión del privilegio perdido, de descansar primero y luego trabajar. Comenzar la semana con el día de descanso simboliza, según Hebreos 4:10, que hemos entrado en Su reposo y alcanzado el reposo de nuestras propias obras. Las obras de la semana que comienza ya las preparó Dios de antemano para que andemos en ellas, pues según Efesios 2:10 somos “creados en Cristo Jesús para buenas obras”. Es por eso que Isaías aconseja en la mencionada cita que no andemos en nuestros propios caminos, ni busquemos nuestra voluntad, ni hablemos nuestras propias palabras, pues esto solo produce cansancio. ¡Qué difícil nos resulta esto! La palabra del reposo en Jesús es la medida que separa lo divino de lo propio.
Por Stefan Hinnenthal