“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”.
Mateo 5:17
Jesús realmente vino para cumplir todo lo que sobre Él estaba escrito en los Profetas. ¿Y qué pasa con la ley? Él también vino para cumplir la ley de manera perfecta. No solo esto: hasta la profundizó. No solo el asesinato es un acto que nos convierte en culpables de juicio, sino que ya un pensamiento de enojo y palabras como “necio” o “fatuo”, que contaminan el ambiente espiritual, son condenables. Ciertamente, Jesús hizo que los mandamientos fuesen una cuestión de amor. ¿No pecamos todos contra Dios en este aspecto? Si en nuestro corazón sentimos resentimiento hacia una persona, edificamos un muro que nos obstaculiza el acceso a Dios y nos amargamos la vida nosotros mismos. No debemos dejar que se ponga el sol sobre nuestro enojo; si hacemos caso omiso al mandamiento, perderemos el sueño y la paz con Dios. No en vano nos enseña Jesús que perdonemos a nuestro prójimo, para que también el Padre en el cielo perdone nuestras culpas. Por lo general, el rencor contra alguien comienza con pequeñas cosas. Pero debemos cuidarnos de los pequeños inicios del mal, tal como dice en Cantares 2:15 en forma figurada: “Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas”. Este principio de la profundización en Jesús es válido para todos los mandamientos éticos y morales que nos fueron dados, para regular la relación entre nosotros y Dios y entre nosotros y nuestros semejantes. Los únicos mandamientos a los que Jesús no dio importancia fueron aquellos con respecto al culto y a la higiene, pues estos no hacen mejor al hombre delante de Dios. Pero los otros nos son dados para alcanzar la meta máxima, la perfección, así como el Padre del cielo es perfecto.
Por Fredi Winkler