Hace unos años conocí a una misionera que nos compartió su testimonio.
Al salir a la obra, ella se encontró con grandes desafíos que, junto con su familia, fueron superando a medida que crecían espiritualmente.
Pero luego de contarnos el proceso de crecimiento que tuvo en su vida, nos relató una situación muy dura que tuvo que pasar; fue algo trágico y muy difícil de enfrentar.
Nuestra pregunta fue: “¿Cómo hiciste para mantenerte en pie luego de esa prueba tan difícil?”.
A lo que ella respondió: “Fue el “‘músculo espiritual’”.
A lo largo de la vida del cristiano, Dios nos va preparando con las diferentes pruebas que enfrentamos, eso es un gran entrenamiento de musculatura espiritual.
“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”
(1 Corintios 10:13).
Dios nos está entrenando en su gimnasio. Él pone ciertas cargas para que podamos adquirir, por medio del entrenamiento, musculatura espiritual. El creyente tiene que estar preparado para la vida espiritual, para las batallas espirituales, para la guerra espiritual; todo esto va a venir, el enemigo no descansa y, cuando menos lo esperamos, nos ataca.
Claro que no es algo fácil. Debemos entender que el entrenamiento, si bien es algo controlado, es un desafío y nos agota.
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
Todos queremos ganar el desafío, pero ¡cuánto nos cuesta el entrenamiento!
El apóstol Pablo nos hace mirar más allá del mismo, nos hace ver el propósito, la gloria venidera.
¿Qué puede ser mejor que darle gloria a Dios con nuestras vidas? Entender que este entrenamiento no es en vano, nos debe llenar el corazón y nos debería animar a prepararnos cada vez más.
Como hijos de Dios, deberíamos estar dedicando mucho tiempo a nuestro entrenamiento espiritual, ejercitándonos cada día, desarrollando una musculatura espiritual que nos ayude a ser mejores hijos de Dios.
Cuando los músculos no están preparados para resistir algún peso o ejercicio, se puede provocar una lesión. En lo espiritual puede pasar lo mismo: si no estamos preparados para soportar lo que va a venir, vamos a terminar lastimados.
“Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y este quedó sano desde aquella hora. Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno”. Mateo 17:18-21
Cuando vemos este pasaje, nos damos cuenta de que Jesús les estaba marcando el ejercicio que debían hacer para realizar una acción semejante. El dejar de darle la prioridad al cuerpo (ayuno) y dedicarse a orar nos permitirá ejercitarnos en la fe.
Cuando los discípulos pidieron que Jesús les aumentara la fe, Él no lo hizo, porque no es una cuestión de lo que Dios te da, sino del ejercicio de ella. Si ejercitamos nuestra fe, esta aumentará y tendremos fuerza de lo alto para soportar todos los ataques.
Pedro lo dice así: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. 1 Pedro 1:6-7
Nuestra fe tiene que ser probada, pero, si pasa la prueba, dará alabanza, gloria y honra.
¿Te estás ejercitando en la fe? ¿Cómo está tu musculatura espiritual?
Por Daniel Olivera