
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
Apocalipsis 3:20

¿Cómo reaccionamos si alguien toca a la puerta de nuestro hogar? ¿Nos sorprendemos y pensamos: “¿Quién podrá ser?”, o bien: “¡Ahora quiero estar en paz!”, y dejamos esperando al que está llamando a la puerta? Pero también puede suceder otra cosa: alguno de la casa repentinamente se enfermó o sufrió un accidente y esperamos desesperados la llegada del médico. En ese caso miramos ansiosos por la ventana y si lo vemos venir le abrimos la puerta sin que haya tenido que golpear. Si somos sinceros, sabemos que todas las personas están marcadas por el pecado y necesitan urgentemente al doctor celestial. La Palabra de Dios dice: “No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de amargura” (Romanos 3:11-14). Por eso, ¡abra ahora la puerta de su corazón! Jesucristo está delante de ella y le quiere ayudar, pues ¡su Salvador es mayor que su necesidad! Reconozca ante él los pecados de su vida. ¡Él los limpia! Los paga con su propia sangre. Entonces se habrá restablecido la comunión con aquel que ha resucitado y pronto ha de volver, y su paz gobernará el tan agitado corazón. Qué alentador es saber que Aquel, a quien le fue dada toda potestad en los cielos y en la tierra, está en el puente de mando, en el frente mismo, dirigiendo al afligido corazón hacia una nueva alabanza.
Por Walter Dürr
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GRACIAS SR., POR PERDONAR NUESTROS PECADOS.
AMÉN Y AMÉN!!!
BENDICIONES DE DIOS HERMANOS!!